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De Sanna Marin a Plácido Domingo o cómo se ve el mundo bajo el cristal del machismo más recalcitrante

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De Sanna Marin a Plácido Domingo o cómo se ve el mundo bajo el cristal del machismo más recalcitrante

Por desgracia, la mujer sigue pagando un alto precio por ser mujer, sobre todo si adquiere un empleo de consideración. Esta semana, sin ir más lejos, no resulta complejo volver a constatar el penoso retroceso: el mundo vuelve a estar legislado por la supremacía del machismo más recalcitrante.

Basta comparar la atención mediática suscitada por Sanna Marin y Plácido Domingo en la mayoría de los medios: ella, padeciendo una apurada situación; y él, ajeno a cualquier escándalo y recibiendo un balsámico trato tras una reconfortante rehabilitación mediática.

Un abismo

Sanna Marin, política finlandesa treintañera criada por dos mujeres en un hogar arcoíris, siempre fue demasiado para muchos. Estaba en la diana y solo era cuestión de tiempo. Nada que ver con el conservador varón de bata y puro o el joven arrebatador de estilo desenfadado y maneras cercanas a los que se les permite todo, hasta que se comporten como insaciables depredadores sexuales. Una mujer con poder debe pasar por la 'prueba del pañuelo' casi a diario y, aun así, quedarán dudas; un hombre con poder ni con su confesión resultará punible. El nivel de fiscalización, según el género, dista un abismo. Como en los casos de Sanna Marin y Plácido Domingo.

Y hablo en términos casi literales, porque la primera ministra finlandesa desde 2019 no tuvo más remedio que realizar una prueba de drogas por participar de una fiesta con unos amigos en la que bailó, se divirtió y bebió alcohol. Nada que cualquiera con su edad —y con otras más avanzadas, faltaría— no haga cuando le plazca.

Una mujer con poder debe pasar por la 'prueba del pañuelo' casi a diario y, aun así, quedarán dudas; un hombre con poder ni con su confesión resultará punible. El nivel de fiscalización, según el género, dista un abismo.

Poco después de la fiesta, todavía el escándalo aumentó su dimensión cuando los medios publicaron una fotografía de dos mujeres —influencers— besándose en la residencia oficial de la primera ministra con un cartel en su pecho en el que se leía Finlandia. Los conservadores, homófobos y demás fauna debieron sufrir hasta convulsiones. Finalmente, la primera ministra no tuvo más remedio que pedir perdón y suplicar que se valore su trabajo por encima de sus horas de ocio: «Soy un ser humano. A veces también anhelo la alegría, la luz y el placer en medio de estas nubes oscuras… No he faltado ni un solo día al trabajo y no he dejado nada por hacer». Una petición que demuestra no solo la situación de la mujer, sino también la de la política. Demasiadas cosas valen.

En las antípodas de la malísima Sanna Marin encontramos al pobre Plácido Domingo, un tipo que ha confesado haber cometido acoso sexual sobre 27 mujeres y que llegó a pedir perdón por «el dolor» causado, tras una investigación que concluyó que acosó sexualmente a mujeres y abusó de su poder. Tras la pandemia, solo un año después del escándalo, Plácido ha rehecho su carrera en Europa sin mayor problema, con grandes ovaciones allá donde actúa.

Y esta semana también ha sido noticia con escasa repercusión, aunque no por sus actuaciones: Plácido Domingo ha mantenido vínculos durante más de cuarto de siglo con cuatro líderes de la secta Escuela de Yoga de Buenos Aires.

A Plácido le ha bastado aseverar que no tiene nada que ver con el asunto, a pesar de sus antecedentes y la gravedad de lo publicado, para que los medios hayan cerrado el asunto. No ha necesitado prueba alguna de ello y, aunque hoy en día todo se presenta circunstancial, a lo mejor en unas semanas no lo será tanto. Pero, ocurra lo que ocurra, la gravedad estriba en la diferencia de trato entre una primera ministra acusada de divertirse en sus ratos libres y un acosador sexual confeso de 27 mujeres, relacionado con una secta en la que se han realizado, según las informaciones, orgías y trata de personas.

Esta diferencia de trato, el alto coste que paga una mujer por una nimiedad y el bajo coste que debe abonar un hombre por un comportamiento de enorme gravedad, en ocasiones incluso rozando la depravación, puede comprobarse fácilmente analizando lo que tuvieron que pagar tres presidentes por sus inapropiadas conductas: Boris Johnson, Bill Clinton o Silvio Berlusconi.

Boris Johnson, el 'Partygate'

No serán pocos los que tratarán de comparar el caso de Sanna Marin con el de Boris Johnson, aun cuando no sean ni parecidos. En el caso de Johnson, las fiestas organizadas por el británico se produjeron en mitad de las restricciones por la pandemia y, ante todo, la mayor crítica que recibió, y que le obligó a dimitir hace escasas semanas tras el escándalo de Chris Pincher, fue la falta de credibilidad. Tanto en el escándalo del Partygate como en el de Pincher —acusado de acoso sexual—, la mayor crítica se centró en el sucesivo cambio de versiones a medida que se fueron conociendo detalles de los escándalos.

Esta diferencia de trato, el alto coste que paga una mujer por una nimiedad y el bajo precio que debe abonar un hombre por un comportamiento de enorme gravedad, en ocasiones incluso rozando la depravación, puede comprobarse fácilmente.

Lo más preocupante al comparar los casos de Johnson y Marin es que, si bien requieren de un complejo malabarismo para equipararse en términos políticos, su repercusión mediática es muy similar. ¿Qué habría pasado si las fiestas de Sanna Marin hubieran sido en plena pandemia?

Bill Clinton, la infidelidad oval

Igual muchos no lo recuerdan, pero en su momento fue un escándalo mayúsculo: Bill Clinton, presidente de los Estados Unidos de América, mantuvo casi una decena de relaciones sexuales con una becaria en la Casa Blanca durante un año y medio —incluida una de ellas que terminó con restos de ADN en el vestido de la becaria—. El caso recibió múltiples nombres, pero ninguno de ellos incluyó el del entonces presidente, sino el de la joven becaria, Mónica Lewinsky: «Monicagate», «Lewinskygate», «Taligate», «Sexgate» o «Zippergate».

Efectivamente, ella, la becaria de solo 22 años que acaba de conseguir su primer trabajo era la culpable. Su nombre se difundió a escala mundial y su culpa quedó refrendada de forma mayoritaria: tener un vestido con el semen del presidente. Que el presidente lo depositara allí era lo de menos.

Por alto se pasó que Bill Clinton fuera el hombre más poderoso del planeta, contase con casi tres décadas más que la joven becaria, que esta intentara ocultar la historia para proteger al presidente, que estuviera casado o que el bueno de Bill fuera un reconocido mujeriego —baste señalar, por ejemplo, que Gennifer Flowers, una bailarina de cabaret, reconoció una aventura de doce años con Clinton en la década de 1970 y 1980—.

No solo Bill Clinton salió indemne del proceso, sino que Mónica Lewinsky quedó estigmatizada de por vida y la mujer del presidente, Hillary, se vio lastrada en las elecciones presidenciales que perdió con Donald Trump años después, en 2016. Las culpables siempre son ellas. De nuevo convendría cuestionar: ¿qué pasaría si Sanna Marin mantuviera relaciones sexuales extramatrimoniales no ya en sus ratos de ocio, sino en pleno palacio presidencial y con su marido en el mismo edificio y, además, mintiera al respecto? 

Silvio Berlusconi, el depredador sexual de menores

A finales de la década de los años 2000, los medios de comunicación se hicieron eco de uno de los mayores escándalos de la historia de Italia: Silvio Berlusconi convirtió la residencia del primer ministro italiano en un «prostíbulo» —en palabras de los fiscales Pietro Forno y Antonio Sangemano— en el que muchas de las jóvenes eran menores de edad.

El escándalo —en medios desde 2009 a 2011— no lastró al primer ministro italiano públicamente, aun cuando fuera condenado en los juzgados por ello —y por varias causas más de corrupción—: siguió siendo presidente del consejo de ministros de Italia hasta 2011 —Berlusconi no dimitió por acostarse con prostitutas y menores en la residencia presidencial, sino por la crisis económica y política, con la prima de riesgo en más de 500 puntos básicos—.

Además, en los años posteriores, Berlusconi continuó liderando Forza Italia —desde 2013 retornó a la presidencia del partido y todavía la ejerce a día de hoy—; se mantuvo al frente del equipo de fútbol Milan A.C. —hasta 2017—; obtuvo casi cinco millones de votos en las elecciones italianas de 2018; y, votado por los italianos, se convirtió en diputado del Parlamento Europeo en las elecciones de 2019, donde hoy en día se encuentra. Preguntémonos, por último: ¿dónde estaría Sanna Marin si se hubiera acostado en el palacio presidencial con gigolós, incluyendo menores?

Sí, efectivamente, el coste y la fiscalización en 2022, tras el Me too, sigue siendo sustancialmente diferente en función del género: es más escandaloso que una treintañera se divierta, baile y beba unas copas en sus ratos de ocio, que un hombre que ha confesado haber acosado sexualmente a 27 mujeres sea relacionado con una secta que practicaba orgías y prostitución.

Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de RT.

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