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Periodista fracasado: Hipóstasis desconocida de Pushkin, el 'David Beckham' de la literatura rusa

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A lo largo de su carrera, Aleksandr Serguéievich practicó el arte de la esgrima periodística, intentando convertir en hazmerreíres a los caciques de la prensa oficialista.
Periodista fracasado: Hipóstasis desconocida de Pushkin, el 'David Beckham' de la literatura rusa

Para un ruso es extremadamente difícil hablar de Pushkin porque a primera vista te parece que lo sabes todo, pero cada vez que te pones a indagar en los virajes biográficos de Aleksandr Serguéievich, se te abren los ojos y te das cuenta de que no sabes nada, por lo que habría que leer una decena de volúmenes más. 

Luego, pasan años enteros en los que el legado del poeta se cubre de polvo en estantes lejanos de nuestro cerebro hasta tal punto que ni siquiera eres capaz de reproducir las líneas que solías preparar en la infancia para clases de literatura en la escuela con tal de obtener un sobresaliente sin entender quizás la obra en su totalidad. 

Pero Pushkin, por mucho que intentemos alejarnos de él, siempre vuelve, encontrando las llaves para cautivar a cualquiera. Para unos, el retorno del poeta empieza justo cuando sus niños empiezan a leer, convirtiéndose en un miembro de familia hasta al menos el fin de la época escolar. Otros siguen presos de sus versos en las universidades, buscando mirar algo jamás visto en sus obras

También hay los que primero se enamoran del espíritu de libertad que resuena en muchas estrofas del poeta, pero luego se decepcionan, acusándolo de hacerse cada vez más patriótico, monarquista y leal a la corona con el paso de los años. Finalmente, hay personas que descubren a Pushkin no solo en calidad de literato, sino que devoran todo lo que le acompañaba. Leen sus cartas, polémicas, estudian con lupa sus relaciones con mujeres, revolucionarios, con la familia real, es decir, restauran la vida de su héroe minuto a minuto. 

En 'Huellas rusas' no queremos abarcarlo todo para finalmente decirles nada sobre Pushkin. Igual, no nos sirve hablar sobre la genialidad del poeta y sus volúmenes. Al contrario, hoy les presentamos una historia de fracaso, algo que en raras ocasiones se asocia con Aleksandr Serguéievich, pero sí, incluso los titanes fallan. Hoy hablaremos de Pushkin.

Singularidad

Pushkin revolucionó la literatura rusa no solo con sus líneas, sino también la esencia de este oficio como tal. Si antes la nobleza lo consideraba como una actividad más para ocupar su tiempo o divertirse, Pushkin cambió esta percepción por completo, siendo considerado como el primer autor en toda Rusia que empezó a hacer dinero con la literatura. O sea, pudo capitalizar sus dotes literarios y la fama, generando así una cola de envidiosos, cuyos sueños mediocres de lucrarse con unas líneas se hacían pedazos. 

En cierta medida, puede decirse que Pushkin es el David Beckham a la rusa, porque, al igual que el inglés con la comercialización de fútbol, algo que hoy es una rutina, hizo que la literatura pasara a ser un negocio respetable en el que uno, teniendo una determinada mezcla de factores, podía ganarse la vida. 

Si bien, según lo decía el propio novelista, se enriquecía de las 36 letras del alfabeto ruso, los costes de mantener una vida en lo alto de la sociedad eran casi siempre superiores. Así, habría que guardar en el armario un sinfín de esmóquines y prendas para bailes y recepciones, encima teniendo como esposa a la mujer más bella de la capital; alquilar un apartamento en pleno centro de San Petersburgo a unos 5 minutos del palacio real igual costaba una cuantiosa suma por no hablar de gastos diarios como viajes en coche de punto. 

Todo ello, sumado a la adicción de Pushkin de jugar a las cartas y la necesidad de satisfacer otros antojos como una batalla de champán helado inevitablemente desembocaba en que al fin del mes los gastos casi siempre noqueaban a los ingresos. 

Pasión real

No obstante, por encima de anhelos fisiológicos estaban otros, los que realmente le movían al poeta. Pushkin, cuando ya era el autor estrella, no dejaba de lado una idea: editar y publicar un medio propio, a saber, tener una plataforma para expresarse, cubrir sus gastos y, a largo plazo, forjar toda una horda de correligionarios con una cosmovisión propia. 

Ya en los años veinte, Pushkin escribía a sus amigos que le daba vueltas a la idea de lanzar su propia revista. Pero para entonces era prácticamente imposible: el Imperio todavía se lamía las heridas de la revuelta decembrista de 1825, cuando un grupo de oficiales e intelectuales intentó derrocar a la familia real, aprovechando el vacío del poder que se había generado tras la muerte del zar Alejandro I. Aleksandr Sergeiévich que era amigo de muchos por no decir de todos los decembristas y no estuvo en la plaza del Senado en San Petersburgo solo por obra del destino. Entonces, ¿de qué medio hablamos si el Gobierno zarista consideraba a Pushkin como políticamente no confiable?

Con el paso de los años, el clima cambió: el propio emperador Nicolás I se ofreció como voluntario para ser el censor individual de Pushkin y es cierto que a veces se le permitía entrar en terrenos, donde otros se toparían con una puerta cerrada. Y claro, esta especie de libertad tenía sus límites, así que soñar con un periódico político seguía siendo una ambición inalcanzable.

La hora H para Pushkin llegó a finales de 1835, cuando ya le quedaba relativamente poco tiempo con el temporizador del fatídico duelo ya iniciado. En diciembre de aquel año escribe una carta al todopoderoso Aleksandr Jristoforovich Benkendorf, jefe del tercer departamento de la Cancillería de su Majestad Imperial o, para ponerlo de forma simple, de la Policía política, que movía hilos en el país, siendo el supervisor de toda la prensa. Para entonces, Pushkin llevaba años en una acalorada polémica con el triunvirato de la prensa oficialista que, tras la sublevación decembrista y el recrudecimiento de censura oficial, tenía derechos exclusivos para publicar noticias políticas, pero en los círculos de Aleksandr Sergeiévich era un permanente objeto de burlas. 

En contraposición, Pushkin aspiraba a reunir a una cohorte de autores afines, muchos de los cuales eran ya estrellas ascendentes. Finalmente, en enero de 1836 el gigante de la literatura rusa obtuvo el permiso del zar para lanzar su revista titulada Sovremennik o El Contemporáneo en español una vez cada tres meses con censura previa igual que el resto de la prensa de aquel entonces. 

El nombre del medio reflejaba su concepto en el que Pushkin, que para entonces estaba bajo una tremenda presión de la sociedad agravada por sus eternas deudas, reunía a varias de sus encarnaciones: autor y novelista, historiador, periodista y editor. Se proponía a fundir a un lector docente guiado por problemas filosóficos con materiales sobre una variedad de temas como la educación, incluso de mujeres, la cultura, la alfabetización popular, así como la historia con artículos que abarcaban tales hitos como el reinado de Catalina II y la sublevación del cosaco Yemelián Pugachov o la guerra contra Napoleón

Pese a tener en el listado de autores a las celebridades de entonces y futuros árbitros de la industria como Nikolái Gógol, El Contemporáneo de Pushkin, quien logró publicar cuatro tomos y preparó parte del quinto hasta el mortífero disparo del oficial francés Georges d'Anthés en el duelo, no se hizo tan popular como lo tenía pensado el poeta. 

Con el número de suscriptores que tenía la revista, Pushkin no podía conseguir contratos publicitarios como los que firmó David Beckham en su apogeo. Convertir a la revista en una entidad rentable era más bien una perspectiva lejana, porque a fin de cuentas los materiales en El Contemporáneo se destinaban al público altamente educado, es decir, la revista, compuesta por unos poetas y escritores, iba para otros poetas y escritores, circulando en el mismo entorno sin salir de sus fronteras

¿Podía Pushkin aumentar drásticamente la cantidad de lectores? Puede ser que sí, pero prefirió no deslizarse hacia rumores sensacionalistas. ¿Cuál fue el precio? El Contemporáneo en la era de Pushkin no acumulaba ganancias, pero tenía algo más importante que eso: era un ladrillo más en el legado del poeta que, enredado en intrigas a finales de su vida y rodeado ya de una nueva pléyade de autores, buscaba una válvula de escape. 

¿Final sin luz?

Para relatar la historia de la revista tras la muerte de Pushkin no bastaría ni con una clase universitaria, pero intentaremos resumirlo en unas breves palabras. Los amigos del poeta siguieron con la publicación del medio que poco a poco caía en desuso con menos de 300 suscriptores en algún momento. 

Todo empezó a cambiar desde finales de los cuarenta, cuando la revista, ya en manos del poeta Nikolái Nekrásov y el publicista Iván Panáev, se llenó de autores que pregonaban ideas social-demócratas con algunos que osaban despachar artículos con pensamientos claramente revolucionarios. Siendo ya un impulso para medios de esta índole, la revista, que instaba a abolir la servidumbre y criticaba implacablemente al zarismo, no podía durar mucho. Los editores, por muy hábiles que fuesen, no podían seguir matando a dos pájaros de un solo tiro todo el rato: adular a los censores y no perder a sus autores más brillantes que, lógicamente, inculcaban a su audiencia nociones antizaristas. El tira y afloja llegó a su fin en junio de 1866, meses después del primer intento de asesinato del emperador Alejandro II. Eran ya otros tiempos con balas, bombas y explosiones, y ni siquiera el nombre de Pushkin daba un salvoconducto. 

Decíamos al inicio que el lanzamiento de su propia revista era un fracaso para Pushkin. Económicamente, puede que sí, pero, a nivel de ideas, El Contemporáneo, junto con medios afines pusieron en marcha procesos irreversibles, tallando a un público crítico, reflexivo y capaz de hacer que su voz fuese escuchada. 

Si quieren conocer más historias de este tipo, pueden escucharlas en el pódcast 'Huellas rusas', disponible en la mayoría de las plataformas correspondientes.

Timur Medzhídov

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