Defender la wiphala y saltar el cerco mediático: ¿cómo viven los bolivianos en Argentina el golpe de estado?
Ana y su familia comían alrededor de una mesa redonda frente a un televisor cuando se enteraron del golpe de Estado en Bolivia: todos se pusieron a llorar. Albino estaba trabajando en una obra en construcción y recién supo que Evo Morales había renunciado cuando llegó a su casa a la noche. Iber hay días en los que directamente no duerme por seguir las noticias minuto a minuto y organizar las vigilias en el consulado y la embajada. ¿Cómo viven los bolivianos y las bolivianas que residen en Argentina los violentos hechos que se suceden en su país?
En el conteo de los votos emitidos en Argentina en las elecciones de este 20 de octubre, Evo Morales obtuvo el 82,52 %. Según datos del último censo nacional (2010), más de 345.000 bolivianos viven en Argentina, lo que la convierte en la segunda colectividad de extranjeros más importante en el país (después de Paraguay). Pero según diversas organizaciones de la colectividad boliviana, son mucho más: entre dos y tres millones.
Y es que Bolivia y Argentina comparten frontera y una larga historia de migraciones: hubo movimientos a principios de 1900 (viajaban al norte argentino para trabajar en plantaciones de tabaco), siguieron a mitad de siglo más relacionadas con las zafras azucareras (la familia del propio Morales vivió en esa época en Salta) y hubo otra ola en los '90, cuando muchos de los que llegaron de Bolivia se ubicaron en los alrededores de la capital y diversificaron actividades (construcción, comercio, agricultura, venta callejera, rubro textil, docencia, academia y más). También se formaron, tuvieron hijos e hijas, algunos y algunas se pusieron a militar.
Historias
Iber Mamani es boliviano. Llegó a la Argentina cuando tenía 5 años desde la zona del Orinoco. "Justamente en los tiempos neoliberales, mi papá vino acá a tratar de buscar un futuro", cuenta a RT. Eran los '90, en Bolivia la inestabilidad era total y la economía se caía a pedazos.
Como Iber tiene 9 hermanos, primero viajó el padre con la mitad de los hijos y más tarde llegó el resto. En Argentina vendrían tiempos difíciles: la familia de Iber viviría de lleno la crisis de 2001. "Sé lo que es la pobreza, sé lo que es vivir de manera precaria, sé lo que es el racismo", reflexiona. Eso es lo que lo impulsó a militar. "La bronca la convertimos en lucha", remata. Ahora es parte del Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE, parte de CTEP) y referente en La Matanza del Frente Patria Grande.
En 2015 hubo un suceso muy importante para Iber, para la colectividad boliviana y para la sociedad argentina en general: un kiosquero asesinó de un balazo a un joven al grito de "boliviano de mierda". Se llamaba Franco Zárate, tenía 19 años y era hijo de una pareja de migrantes que había llegado veinte años atrás desde Sabaya, Oruro. Allá criaban ovejas y llamas, y vendían en ferias. En Buenos Aires se pusieron a trabajar en el rubro textil. Franco nació en 1995 y cuando murió estaba terminando el secundario.
El asesinato provocó un antes y un después y puso sobre la mesa el ineludible hecho de que el racismo sigue vivo. "La comunidad boliviana tiene una organización muy importante y un empoderamiento que sucedió por el Gobierno de Evo: viviendo en el exterior también hemos abrazado las wiphala", analiza Iber, graficando el alcance de los efectos de que la República boliviana se haya convertido en un "Estado plurinacional".
La wiphala es la bandera colorida precolombina que representa a los pueblos originarios de la línea de cordillera de los Andes. En Bolivia, particularmente, el símbolo fue oficialmente incorporado a los del Estado en el momento en que reformaron la Constitución en 2009. Así, la bandera empezó a flamear en lugares en donde nunca antes había estado, junto con la boliviana.
Sabe, lo recuerda siempre, que "Bolivia fue construida bajo la sangre de los pueblos". "Han criticado nuestra cultura, nuestra forma de ver las cosas, nuestra forma de ver la política: es muy difícil que nos quedemos de brazos cruzados cuando queman la wiphala, quemaron nuestro emblema", dice.
Desde que la situación en Bolivia empezó a volverse crítica, Iber hay noches en que ni siquiera duerme. "Tengo mi familia allá, estamos quebrados", cuenta. Analiza todo el tiempo información, recibe data de conocidos en Bolivia, lee redes sociales, va a medios de comunicación, participa de concentraciones. Lo desarma ver a madres bolivianas llorar en las marchas.
"Creíamos que nunca más íbamos a volver a vivir esos actos fascistas, pensábamos que con el estado plurinacional las personas habían entendido que nos tenemos que respetar todos. Eso representa la wiphala: la igualdad y el respeto. Pero no: los hijos de Colón han vuelto".
Carla Barriga es parte del Bloque de Trabajadoras y Trabajadores Migrantes. Es originalmente de Sucre y llegó para reunirse con su familia en el 2001. "Los que hemos migrado hace dos o tres décadas hemos sido expulsados, una de las razones era la falta de oportunidades. Las mujeres en muchos casos también huían de la violencia", explica, ofreciendo parte de sus conocimientos por militar en la organización 'Ni una Migrante Menos'.
"Mi cotidianeidad es estar en Bolivia", relató. Le impactó especialmente la presencia de lo religioso en el discurso de quienes llevan adelante el golpe. "La Biblia lo que ha hecho es colonizarnos", analiza.
"Hay un cerco increíble mediático", opina. Por eso ellos organizan la comunicación de manera propia. Por un lado, con articulación directa con organizaciones. Por otro, hablando con sus familiares, que están en distintas partes de Bolivia. En tercer lugar, "viendo qué dicen los medios hegemónicos allá". Según ella, "tienen un discurso de legitimación hacia Añez".
Los mensajes producen efectos concretos. Lo ve en amigos y familiares que les cuentan sobre lo que opinan algunos vecinos, en una sociedad polarizada: "Hay quienes consideran que los muertos de Cochabamba se han disparado entre ellos, creen el discurso mediático de que la zona del Chapare 'está llena de narcos', cuando en realidad son personas humildes que se han movilizado", cuenta.
Abraham Kqespi Mamani es comunicador popular y parte de la Universidad de los Trabajadores (IMPA). "A todos los hermanos que estamos radicados acá en Argentina nos desestructuró todo, estábamos trabajando cuando empezaron a llegar las noticias: en 15 días se arruinó nuestro país", dice. Y agrega: "Bolivia venía en una estabilidad económica y social y grupos fascistas apoyados por financiamiento internacional hicieron este golpe".
A sus compatriotas los ve pasarla mal. "La gente sufre mucho, no sabe cómo resolver, cómo estar presente y aportar a la solución", opina. Mientras tanto, intentan obtener información de primera mano: leen las declaraciones de la Central Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia, la Central Obrera Boliviana, la Federación de Juntas Vecinales de la Ciudad del Alto y demás organizaciones sociales y sindicales. "Esto es un golpe de estado y una masacre", cataloga desde Villa Celina, en donde ese día participaban de un cabildo popular.
Ernesto Zapata es parte de la Asociación Boliviana de Laferrere. Nació en Cliza, un pueblo de Cochabamba. Vino con su familia cuando él tan solo tenía un año. "Se dio el golpe de Estado de 1980 en Bolivia y mi papá, Félix Zapata, era alcalde de nuestro pueblo. Entonces empezó una persecución y tuvimos que venirnos para aquí", recuerda. Fue de su padre que obtuvo la inspiración para decidir estudiar la licenciatura en Ciencia Política en la Universidad de Buenos Aires.
Él también logra saltar el cerco mediático hablando con conocidos en Bolivia. "Familias y amigos cuentan de la represión en pueblos rurales. Se están ensañando con lo que odian: los pueblos originarios", cuenta. "Estamos en estado de alerta, esperando que la resistencia que se está dando tenga sus frutos", denuncia. Él coincide con que al tocar la wiphala se tocó un símbolo muy importante y cree que "se ha despertado una memoria histórica". Pero también Ernesto resalta la situación regional en la que este golpe sucedió. "Se ve palpable la desintegración del UNASUR", opina.
Para él, Morales planteó un modelo exitoso y por eso "la derecha no lo perdona". La economía boliviana hace años que sorprende a todos con las cifras: se cuadriplicó el PBI, bajó la pobreza del 60% en 2005 al 34 en 2018 y la extrema disminuyó a 15,2. Lo mismo el desempleo, que en 2018 era la mitad que al principio del gobierno. Además, Ernesto menciona al litio como parte de la importancia estratégica de Bolivia. "Debemos hacer campo de batalla", concluye.
Ana llegó a Buenos Aires poco antes de que Evo fuera electo por primera vez, allá por 2006. Ella, de hecho, en aquellas elecciones ya votó en Argentina. Desde acá y en cada viaje de visita fue notando lo que llama "el progreso" en Bolivia. Es de la zona de Chuquisaca, Sucre y quiere "que Evo vuelva". Tiene confianza en que va a suceder. "Es el único presidente que nos corresponde a los indígenas", dice.
El día del golpe, Ana estaba sentada con la familia alrededor de la mesa. Ya corrían los rumores, podía suceder. Pero igual cuando apareció la noticia en la televisión no lo podían creer. "Empezamos a llorar", recuerda. Y agrega: "Pedimos que no haya más discriminación y que la gente indígena pueda circular por todos lados sin humillación".
Rubén vive en La Plata, es obrero y trabaja específicamente en temas de electricidad. Llegó a la Argentina en 1995. "Estaba todo mal en Bolivia, había gobiernos de derecha", cuenta. Ahora, en su país algo de ese caos volvió: "Hay un golpe de Estado, se están cometiendo abusos a las clases bajas, estamos muy dolidos", opina.
Albino trabaja en el rubro de la construcción desde que llegó, hace unos 12 años. El día del golpe estaba en una obra y no se enteró hasta tarde en la noche, cuando volvió a su casa en Florencio Varela. "Los militares dieron un puñal por la espalda", eso fue lo primero que pensó.
Vive en Argentina pero no se siente del todo acá: "Parte de mí está siempre en Bolivia", cuenta. Albino no reconoce a la presidenta de facto y resume: "Esa mujer no tiene corazón para los humanos: maltrata a los campesinos".
A su alrededor, hay una marcha enorme convocada por organismos de derechos humanos, organizaciones sociales, sindicales, de la colectividad de bolivianos en Argentina, y más.
No es la primera movilización ni será la última. Hay olor a chorizo y hamburguesas a la parrilla. Hay columnas de cientos de personas, familias, grupos militantes. Hay wiphalas de todo tipo: enormes y colectivas, de esas que se llevan de a muchos o individuales con un palito. Hay wiphalas dibujadas con témpera en los cachetes de dos chicas. Hay wiphalas en forma de pins, de sombreros, de stickers. Hay pintadas en las paredes, carteles pegados con engrudo, banderas bolivianas que flamean. De fondo suena un zikus y la canción infaltable:
"Cinco siglos resistiendo, cinco siglos de coraje, manteniendo siempre la esencia. Es tu esencia y es semilla. Está dentro nuestro por siempre. Se hace vida con el sol y en la pachamama florece".
Julia Muriel Dominzain
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