En sus últimos días antes de suicidarse, el líder del Tercer Reich, Adolf Hitler, no se veía como un hombre vivo, sino uno destrozado que ya sabía que iba a terminar con su vida para evitar ser castigado por los crímenes cometidos. El aspecto que tenía una semana antes de morir lo memorizó Helmuth Weidling, el comandante que dirigió la defensa de Berlín durante la última etapa de la Segunda Guerra Mundial, en sus confesiones publicadas por el Ministerio de Defensa de Rusia con motivo del 80.° aniversario de los juicios de Núremberg.
"Cuando vi a Hitler el 24 de abril de 1945 quedé atónito. Ante mí estaba sentado un despojo, una ruina de hombre. Tenía la cabeza temblorosa, le temblaban las manos, la voz era ininteligible y temblorosa. Cada día su aspecto empeoraba más y más. El 29 de abril me impactó terriblemente su aspecto", recordó Weidling.
"Fue entonces cuando le presenté mi último informe. Me pareció un fantasioso. Así, por ejemplo, a mis palabras: 'Mi Führer, como soldado debo decir que ya no hay ninguna posibilidad de defender Berlín. Quizá aún haya posibilidad de que usted salga de aquí'. Él respondió: 'No tiene sentido salir. De todos modos, nadie cumple mis órdenes'", continuó.
Luego, contó: "Llegué a la Cancillería imperial. Me llevaron a la habitación de Hitler. [...] Me informaron de que, después de las 15:00 horas (del 30 de abril), Hitler y su esposa [Eva Braun] se habían suicidado ingiriendo veneno, tras lo cual Hitler se había pegado un tiro. También me dijeron que, por deseo expreso de Hitler, él y su mujer habían sido incinerados inmediatamente en el jardín de la Cancillería imperial".
Adolf Hitler se suicidó, junto con Eva Braun, el 30 de abril de 1945 en un búnker bajo la Cancillería del Reich en Berlín, ingiriendo cianuro y disparándose simultáneamente en la sien. Por orden suya, sus cuerpos sin vida fueron incinerados de inmediato para evitar que cayeran en manos del Ejército Rojo, cuyos soldados ya combatían en las calles del centro de la capital alemana.
"Tras el colapso del Tercer Reich, resultó especialmente conveniente atribuir toda la responsabilidad de la guerra, el Holocausto y las atrocidades masivas a un solo hombre: Adolf Hitler. Al fin y al cabo, era fácil: el propio Führer no dejó ni voz ni cuerpo capaces de refutar las acusaciones", concluyó el proyecto del Ministerio de Defensa.


