Sudáfrica y la lucha por devolver el lugar a los expulsados de la historia
'La ley de la tierra' fue uno de los primeros himnos de liberación de Sudáfrica: "El derecho por el que lucharon nuestros compatriotas/ Nuestro grito por la nación/ es tener nuestra patria/ Lloramos por los desposeídos/ hijos de nuestros padres/ que no tienen un lugar/ en este lugar de nuestros antepasados".
El presidente de EE.UU., Donald Trump, aseguró recientemente que retiraría la ayuda económica a Sudáfrica —destinada a la lucha contra el SIDA—, acusando al gobierno del país de "confiscar tierras y tratar muy mal a ciertas clases de personas". En respuesta, el mandatario sudafricano, Cyril Ramaphosa, afirmó que no se había producido ninguna confiscación y que el propósito de las políticas gubernamentales en esta dirección era garantizar el acceso equitativo a la tierra para todos sus ciudadanos.
Según datos de la Comisión de Tierras de Sudáfrica, entidad creada con la finalidad de corregir las injusticias históricas derivadas del colonialismo y el apartheid (1948-1991), el 8 % de la población blanca posee alrededor del 72 % de las tierras agrícolas privadas. En oposición, 80 % de la población negra posee menos del 4 % de estos predios tierras. Mientras que la propiedad estatal o corporativa ronda el 24%.
Desde 1994, con la Ley de Restitución de Tierras se plantea una política cuyo objetivo debe ser devolver territorios a las comunidades y personas que habían sido despojadas de las mismas por las políticas racistas implementadas por los colonos y sus herederos en el país africano. La Reforma Agraria, en ese sentido, ha sido una de las principales promesas que debía corregir esta situación de injusticia histórica.
Esta reforma nació en 1996 y planteaba redistribuir el 30 % de la tierra agrícola a las comunidades negras, en un período de cinco años. Sin embargo, a fecha de 2020, solo se había transferido el 10 % de esos predios a la población originaria.
La reforma agrícola nació en 1996 y planteaba redistribuir el 30 % de la tierra a las comunidades negras, en un período de cinco años. Sin embargo, a fecha de 2020, solo se había transferido el 10 % de esos predios a la población originaria.
Sobra decir que estos principales tenedores de tierra obtuvieron las mismas aprovechando un sistema racista. En ese sentido, distintos sindicatos y organizaciones políticas en el país, como la Confederación Sindical de Sudáfrica (COSATU) o el Partido Comunista de Sudáfrica (SACP), han sido especialmente críticos con las políticas gubernamentales, tan complacientes con estos propietarios a los que se les daba la opción de vender o no.
En 2018, el Congreso de Sudáfrica aprobó la "polémica" Ley de Expropiación sin compensación, con el fin de acelerar un proceso que estaba siendo demasiado lento y que había levantado múltiples cuestionamientos a nivel interno. El principal escollo era que los principales tenedores de tierra –que también cuentan con más recursos económicos- mostraban una clara resistencia a vender al Estado y, por lo tanto, a favorecer el proceso de Reforma agraria y compensación histórica.
La cuestión de la tierra, además, afecta de forma directa al desarrollo económico general y la desigualdad estructural en el país. Conforme a datos de la FAO y del Banco Mundial, más de la mitad de la población rural en Sudáfrica vive por debajo del umbral de la pobreza, una situación que deriva de la falta al acceso de tierras productivas.
Este complejo panorama también provoca inseguridad alimentaria general, afectando de forma dramática a 64 % de la población; el índice se eleva hasta más de 70 % en provincias como Limpopo, Mpumalanga, Eastern Cape y Kwazulu-Natal.
A su vez, la acumulación de la propiedad de la tierra en muy pocas manos ha generado una profunda crisis de acceso a la vivienda: más de 5 millones de personas residen en asentamientos informales, según el último censo realizado por Statistics South Africa y publicado en octubre de 2023.
Pese a las buenas palabras e intenciones, se pone de manifiesto que no se ha roto con la estructura de poder económico heredada del colonialismo y el apartheid en Sudáfrica. La población padece un sistema que condena aún hoy al subdesarrollo, a la desigualdad económica y a la cronificación de la pobreza en todo el país.
En esa dirección, tal y como denuncian las organizaciones sindicales y políticas sudafricanas, pese a las buenas palabras e intenciones, se pone de manifiesto que no se ha roto con la estructura de poder económico heredada del colonialismo y el apartheid. Por tanto, la población padece un sistema que condena aún hoy al subdesarrollo, a la desigualdad económica y a la cronificación de la pobreza en todo el país, lo que se refleja de forma más acuciante en el mundo rural y con un carácter prominentemente racista.
Si bien la 'Carta de la Libertad' (1955) del partido Congreso Nacional Africano (CNA), destacaba que la tierra iba a ser "para el que la trabaja", lo cierto es que, pese a que los tenedores de las mayores extensiones de predios son fundamentalmente blancos, los trabajadores agrícolas siguen siendo parte de las comunidades campesinas negras a las que despojaron de sus tierras, a través de los regímenes racistas implementados en Sudáfrica desde su colonización.
Para comprender las tareas pendientes del proceso de descolonización en Sudáfrica es importante atender a que el fin formal del apartheid en 1994 y la llegada al poder del Congreso Nacional Africano (CNA) coincidió con un momento crítico del escenario internacional: tras la desintegración de la Unión Soviética, que había sido un apoyo fundamental en estos movimientos de liberación, se impuso el mundo unipolar liderado por EE.UU.
En este escenario, Sudáfrica tuvo que reconstruirse bajo las condiciones impuestas por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM) que, a través de los Programas de Ajuste Estructural (PAE), forzaron políticas de liberalización comercial, privatización de empresas estatales y reducción del gasto público.
Estas políticas neoliberales influyeron de forma determinante en la incapacidad de los distintos gobiernos para abordar las desigualdades históricas presentes en el país, debido a que limitaban, bajo la amenaza de perder financiación o inversiones, la capacidad de intervención estatal en sectores como la salud, la educación o la vivienda.
Romper con la dependencia de EE.UU., que sigue siendo la principal potencia global, así como de organismos como el FMI, es un proceso complejo que estará determinado también por la capacidad de los BRICS para erigirse como una alternativa realista para la soberanía y el desarrollo económico de las naciones.
A su vez, el régimen de apartheid había acumulado una alta deuda externa que fue utilizada como otro elemento de presión por estos organismos internacionales, limitando reformas fiscales y otros mecanismos de redistribución de la riqueza, como la reforma agraria o programas sociales.
Estas políticas han sido las responsables de mantener intacta la estructura económica previa, lo que se refleja en una élite blanca, que controla los recursos claves y la tierra, y una mayoría negra en condiciones de pobreza y marginalidad.
Sin embargo, el escenario internacional actual es otro. Sudáfrica es uno de los integrantes del grupo BRICS. El primer país africano que, de hecho, se incluyó en esta alianza. A su vez, hemos visto cómo ha ganado protagonismo diplomático internacional con la demanda ante la Corte Penal Internacional contra Israel por el genocidio en Gaza.
Romper con la dependencia de EE.UU., que sigue siendo la principal potencia global, así como de organismos como el FMI, es un proceso complejo que estará determinado también por la capacidad de los BRICS para erigirse como una alternativa realista para la soberanía y el desarrollo económico de las naciones.
No obstante, Trump lanzó el órdago contra Sudáfrica justo en el momento en que EE.UU. no ha perdido del todo su peso en la balanza, llegando en su desesperación a caer en la obscenidad de tratar de equiparar las políticas que tratan de revertir el racismo estructural en Sudáfrica como una suerte de "racismo" contra los colonizadores blancos. En tiempos de posverdad, algunos, hasta podrían comprar este relato.
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