El Partido Popular, más allá de la cúpula del trueno
Dos hombres entran, uno sale. Este era el grito de guerra que los habitantes de la civilización post-apocalíptica, regida por Tina Turner, coreaban cada vez que dos guerreros entraban en la cúpula del trueno. Unos combates a muerte que daban inicio a la tercera película de Mad Max. En esta mitad de febrero de 2022, España asiste impertérrita a la confrontación definitiva dentro del conservador Partido Popular, principal grupo de la oposición, entre su líder nacional, Pablo Casado, y la presidenta autonómica de Madrid, Isabel Díaz Ayuso. Un hombre y una mujer entran, uno sale.
"La situación en Ucrania es ahora mismo mejor que la del PP, porque allí no hay armamento nuclear". Así ha resumido el expresidente José María Aznar el conflicto que, siendo conocido por todos durante los últimos meses, acabó de estallar y hacerse por completo de dominio público en la noche del miércoles. Una filtración a la prensa, al parecer del propio entorno de Ayuso, acusaba a la dirección nacional del PP de haberla espiado. Al día siguiente es Génova, sede central de la dirección nacional del PP, quien cuenta a la prensa que Tomás Ayuso, el hermano de la presidenta madrileña, cobró 280.000 euros de una empresa de un amigo de la familia que fue contratada a dedo para que supliera de mascarillas a los servicios sanitarios de Madrid, en lo peor de la primera ola de la pandemia: millón y medio de euros por apenas 250.000 unidades, esto es, a seis euros la pieza.
España se enteraba así no sólo de un potencial caso de corrupción que afectaba a la que hasta ahora era la líder territorial más exitosa de la derecha, sino de que su propio partido había intentado espiarla para obtener información sobre este contrato con el objeto de hundir su carrera. Detrás de este conflicto no existen, sin embargo, diferencias ideológicas de fondo, sino una descarnada lucha por el poder: Ayuso aspiraba a dirigir al aparato del PP en su comunidad para luego optar al liderazgo nacional. Pablo Casado, un líder errático y tocado, conseguir resistir el embate y llegar vivo como candidato a las próximas elecciones generales. Esta tensión, presente desde que Ayuso tomó relevancia, con motivo de la pandemia, como líder reaccionaría contra el Gobierno de coalición progresista, se ha ido mostrando con altibajos, desmentidos y presuntas reconciliaciones que han acabado de estallar en un episodio inédito: nunca se había llegado tan lejos.
Por medio el Ayuntamiento de Madrid, gobernado también por el PP, sirvió de herramienta para intentar contratar al Grupo Mira, una empresa implicada en la llamada "gestapillo", un caso de espionaje entre líderes madrileños del PP la pasada década que, sin embargo, no llegó a alcanzar a la dirección nacional. A pesar de que el alcalde, Martínez Almeida, ha intentado desvincularse, su director general, Ángel Carromero, dimitió en la tarde del jueves, ¿por qué motivo, si según Martínez Almeida el consistorio no tuvo nada que ver en la operación? Lo cierto es que Carromero es un hombre cercano a Teodoro García Egea, la mano derecha del líder nacional, uno de los principales artífices de la guerra contra Ayuso que, por su parte, cuenta con Miguel Ángel Rodríguez, el mandarín que ha hecho de la presidenta madrileña una figura de referencia en la derecha más radical.
Cuando Ayuso fue advertida de que podía haber sido objeto de espionaje, a principios de este año, la dirección nacional movió ficha para intentar ocultar sus pasos. Borja Caravante, un concejal del ayuntamiento en el bando de Casado, fingió investigar unas empresas municipales, sin relación con la operación, para de esta forma crear una coartada que sirviera para desvincular tanto al alcalde Almeida como a la dirección nacional, algo que no sólo ha servido de nada a la postre, sino que ha despertado aún más dudas sobre los personajes implicados. Lo cierto es que en noviembre, en la Asamblea Autonómica de Madrid, ya hubo un ostensible revuelo al preguntar una diputada socialista a Ayuso por los contratos en los que su hermano habría ejercido de conseguidor. ¿La razón que impulsó la pregunta? Algo que aún no se ha hecho público: el envío de correos anónimos a parlamentarios regionales del PSOE y de Más Madrid poniéndoles sobre aviso del posible caso de corrupción. ¿Quién fue el garganta profunda? Parece obvio.
A principios de septiembre Ayuso visitó Génova, Casado le advirtió de que tenían información sobre el presunto tráfico de influencias en el que se había visto envuelta junto a su hermano, con la intención de que renunciara a dirigir al PP madrileño. Quien controla el aparato del partido en la capital controla la plaza fuerte en cuanto a influencia en los resortes económicos del país: este es el motivo de fondo de esta guerra sin cuartel que enfrenta a Casado y Ayuso, pero que se remonta a los encontronazos entre Rajoy y Aguirre, cuando la entonces lideresa madrileña intentó asaltar el poder central de su partido, a finales de los dos mil, desplazando a un Rajoy en una situación similar a la de Casado: liderazgo débil, cuestionado por los medios afines y sin potencia electoral propia. Las reuniones y tensiones continuaron a lo largo del otoño, con García Egea prohibiendo la entrada a Génova a Miguel Ángel Rodríguez, y la dirección nacional contratando a un despacho de abogados penalistas para analizar minuciosamente las posibles irregularidades.
El jueves se sucedieron las comparecencias, con una Isabel Díaz Ayuso y un Teodoro García Egea ocupando los dos lados del cuadrilátero televisivo. La presidenta madrileña acusó a Casado de querer destruirla de una forma cruel. García Egea anunció la apertura de un expediente a Ayuso por verter acusaciones casi delictivas: "esto es lo nunca visto en este partido". El país asistía atónito a la hora de la comida a un auténtico festín caníbal, con la sensación de que ambos sectores decían la verdad, pero sólo sobre su enemigo. Los periódicos de la derecha empezaron a tomar posiciones, en un arriesgado juego en el que se constató que la prensa de Madrid es tanto altavoz como presciptora de discursos: el poder es siempre una vía de doble recorrido entre los que lo ostentan y quienes les dan legitimidad de cara a la opinión pública.
El viernes por la mañana por fin apareció Pablo Casado en la radio, sereno y convincente pero enormemente duro. Cargó contra Ayuso desde su flanco más débil, insinuando que su hermano realmente era el adjudicatario de los contratos, utilizando al amigo de la familia de testaferro. Los múltiples contratos mediante el procedimiento de urgencia, es decir, adjudicados a dedo, y los enormes costes por encima de lo presupuestado, tanto del hospital Zendal como de otras acciones relacionadas con la pandemia, abren tantas incógnitas como brechas en la línea de flotación del buque de Ayuso. "No es entendible que cuando morían cientos de personas aproveches para contratar con tu hermana", ha sentenciado Casado.
Lo cierto es que pese a que los pormenores de este sainete trágico son apasionantes, ofreciendo al país unas jornadas de navaja y pandereta en las que el principal partido de la derecha se inmola en directo, el suceso trasciende a los protagonistas y los detalles. Sintetiza la dinámica del Partido Popular en estas últimas décadas, su verdadero leit motiv: saqueo de lo público y guerras intestinas por el control de estas operaciones. No hay diferencias políticas entre los contendientes, sino ferocidad por controlar un sistema organizado de poder y expolio. Casado y Ayuso nacieron el día que un bolso gobernó al país. Nadie, ni ellos mismos, puede pronosticar en estos momentos cuándo será el fin de su carrera política.
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