Pareciera que alguien hubiera lanzado un maleficio a Trump, que vive de sobresalto en sobresalto. Para empezar, el mandatario superó uno de sus récords personales, establecidos durante su anterior presidencia, con el mayor cierre de gobierno de la historia. Una auténtica 'cuarentena' administrativa que, aunque pudiera sonar como algo chévere para libertarios trumpistas, supuso un auténtico dolor de cabeza para el presidente estadounidense.
La incapacidad de republicanos y demócratas para aprobar un nuevo presupuesto a finales de septiembre se extendió hasta noviembre, con un impacto directo en las vidas de millones de estadounidenses. Unos 750.000 empleados federales quedaron suspendidos de salario y, como se trata de la tierra de las oportunidades, algunos de ellos fueron suspendidos de salario pero no de empleo: es decir, ante un cierre de gobierno, los trabajadores considerados "esenciales" tuvieron que seguir trabajando, pero gratis.
El impacto económico del cierre podría llegar a los 13.000 millones de dólares en pérdidas
Museos, parques nacionales, programas sociales de alimentación o guarderías cerraron sus puertas, pero por ejemplo el tráfico aéreo, considerado esencial, se vio especialmente afectado, ya que agentes de seguridad y controladores aéreos se mostraron poco entusiastas con eso de trabajar gratis y muchos no se presentaban a sus puestos o lo hacían tarde y a medio gas, lo que provocó retrasos masivos en los vuelos.
Durante el cierre, se vieron filas de estadounidenses esperando su turno para recibir alimentos de manos de distintos programas sociales, programas que también se vieron afectados por el parón gubernamental. Un círculo vicioso que dejó una imagen llamativamente vulnerable, tratándose de un país que no está sancionado ni bloqueado por nadie y que se pavonea de ser la principal economía global.
Aunque el impacto de este cierre todavía está por evaluarse, si establecemos una regla de tres comparando con el de hace siete años, estaríamos hablando de una cifra que podría llegar a los 13.000 millones de dólares en pérdidas. Y no es que EE.UU. esté para muchas pérdidas que digamos.
Deuda cada vez más disparada
Por más que Donald Trump diga que, gracias a los aranceles que impone a productos importados, se están volviendo inmensamente ricos, los aranceles no los pagan otros países, sino los propios estadounidenses. Mientras tanto, la deuda pública estadounidense, que ronda el 120 % de su PIB, ya supera los 38 billones de dólares, la más alta de la historia.
Más grave aún: pese a todos los recortes y ahorros anunciados, en lo que lleva en la Casa Blanca, la deuda no solo no redujo su tasa de crecimiento respecto a la gestión de Joe Biden, sino que crece a mayor ritmo. Si con el demócrata el país se endeudaba a un ritmo de casi 6.000 millones de dólares diarios en promedio, con el republicano la cifra se acerca a los 7.000 millones por jornada.
Comicios locales, sensación general
Con este panorama, no es demasiado de extrañar la serie de reveses electorales sufridos por el Partido Republicano en semanas recientes. En varias ciudades y estados se celebraron elecciones para alcaldía o gobernación y el Partido Demócrata terminó imponiéndose en todas las que se celebraron: New Jersey, Virginia, Cincinnati, Detroit, Pittsburgh y Atlanta fueron algunas de ellas. También en los sufragios para una reforma electoral en California y una renovación judicial en Pensilvania resultó vencedora la oposición a Trump.
Por supuesto, el triunfo más comentado en medios fue el de Zohran Mamdani en Nueva York. El más joven en ocupar el cargo en más de un siglo y el primero en lograrlo profesando la fe musulmana se impuso ampliamente a un candidato republicano y otro exdemócrata. Mamdani, mucho más orientado hacia la izquierda que los políticos estadounidenses promedio (lo que no es tanto decir), se alzó con la alcaldía con más del 50 % de los votos y una conocida propuesta socialdemócrata revestida de 'wokismo' que en Europa nadie en su sano juicio calificaría de ultraizquierdista, pero que en ciertos sectores dentro y fuera de EE.UU. está siendo temida o aplaudida tanto como si fuera la toma del Palacio de Invierno versión Manhattan.

Por otro lado, la participación no llegó ni al 40 %, cifra que en otros casos menos glamurosos que el neoyorquino sería utilizada para deslegitimar el resultado, pero que en una ciudad en la que rara vez votan más del 30 % de inscritos, también se está vendiendo como un cambio de paradigma inconmensurablemente histórico para la democracia global.
Sin embargo, más allá de la tendencia de muchas personas a dejarse asustar o entusiasmar, según el caso, por una propuesta que está mucho más dentro del sistema estadounidense que fuera, lo cierto es que la victoria del candidato demócrata es otra pésima noticia para Trump, que hizo campaña en su contra con su habitual tono entre agresivo y despectivo.
Acumulación de reveses que pesan. Porque, aunque pareciera que falta mucho todavía, dentro de un año se celebran las elecciones de medio término, que pueden alterar la configuración del Senado y Congreso y, con ella, la capacidad (o incapacidad, según se mire) del presidente para gobernar el país.
Trump gusta menos que nunca
Y las encuestas actuales son otro motivo de preocupación para Trump. Según una de las encuestadoras más consultadas en materia política en EE.UU., su desaprobación actual ronda el -18 %, el peor arranque presidencial en años: peor que el de Biden, peor que el de Obama y peor que el propio de Trump en 2017. Apenas el 39 % de sus compatriotas aprueba su gestión, frente al 58 % que la desaprueban. El rechazo a su gobierno se da en 49 de 50 estados, además.
Así que, como ven, tal como muchos (nosotros en ¡Ahí les va!, entre ellos) hemos señalado desde hace rato, la crisis sistémica de EE.UU. no tiene vuelta atrás. Un derrumbe que no empezó con Trump, pese a que el mandatario lo esté impulsando, suponemos que muy a su pesar. Y en lugar de tratar de impedir el previsible colapso, lo único que parecen capaces de hacer demócratas y republicanos es disputarse el turno para administrarlo.
El presente texto es una adaptación de un video realizado por el equipo de ¡Ahí les va!, escrito y dirigido por Mirko Casale.

