
Adultos por necesidad
Por las empinadas calles de Ciudad Quetzal, Totonicapán o el corazón comercial de Quetzaltenango, los niños se mezclan con los adultos: cargan canastos que duplican su peso corporal, negocian precios, manejan carbón o parten piedra con mazos de 16 kilos. En un país donde el 56 % de la población vive bajo la línea de pobreza y el 16 % en pobreza extrema, la infancia suele equivaler a trabajar antes que saber leer.

Del mercado a la cantera
En los mercados de Xela, las adolescentes tortilleras amasan la masa desde las 4 a. m.; a pocos metros, chicos de nueve años venden sudaderas con una sonrisa entrenada. Más arriba, en las canteras aún clandestinas del altiplano, niños de siete y ocho años empuñan martillos de 35 libras para romper roca volcánica. "Si el mazo no pesa, la piedra no se quiebra", dice Héctor de León, del Centro Ecuménico de Integración Pastoral (CEIPA). Aunque la ley prohíbe esta faena, la necesidad la mantiene viva.
Estado ausente, ONG al rescate
Pablo Silva, de la organización EPRODEP en San Juan Sacatepéquez, denuncia "un sistema que desprecia las necesidades de la niñez". UNICEF calcula que el 8 % de los menores de 7-14 años trabaja, cifra que supera el 15 % en departamentos como Totonicapán o Quiché. Ante el vacío estatal, iniciativas como CEIPA, PERSIBERSE o El Refugio de la Niñez ofrecen refugio, asesoría legal y, sobre todo, escolarización. "La escuela les devuelve la infancia que el trabajo les roba", manifesta De León.
José Juárez, fundador de PERSIBERSE, señala el límite entre ayuda familiar y explotación: "Bajo la cortina de la pobreza exponemos a los chicos a tareas de alto riesgo y les quitamos lo que ganan para cubrir deudas de los adultos". La ONG acompaña a 850 familias derivadas de los tribunales por trata, explotación sexual o matrimonios serviles.
Pobreza, migración y violencia
"El monstruo es la pobreza. Solo un 25 % termina el colegio y apenas un 5 % llega a la universidad", lamenta Jorge Antonio Ochoa, coordinador de educación de FUNCAFÉ.
En este contexto, fundaciones, maestros y voluntarios parchean un tejido social roto. Hasta que el Estado asuma esa responsabilidad, miles de pequeños seguirán repartiendo tortillas, rompiendo rocas o vendiendo frutas; sosteniendo con sus pequeñas manos el peso de la carga familiar o ayudando a sus padres.